¿Cuáles fueron los milagros que lo convirtieron en santo a Martín de Porres?

En el siglo XIX, San Martín de Porres fue una especie de símbolo de la abolición del tráfico de esclavos y de la esclavitud, y en el XX fue como una persona que encapsuló muy bien las ideas de la opresión de los afro descendientes en América. Es así como justo en su canonización se le reconoce como el santo de la justicia social, de lo universal que es la Iglesia.

A los 15 años, Martín de Porres entró en la Orden de Santo Domingo de Guzmán y se formó como fraile, pese a la oposición de su padre, un caballero de la Orden de Alcántara. Cuando ingresa al convento dominico de Nuestra Señora del Rosario se dedica a cuidar y cultivar los jardines, además de rezar y curar enfermos.

Para su beatificación, sin embargo, se aceptaron dos milagros relacionados con la sanación instantánea de enfermos. El primero fue el concedido a Elvira Moriano, a quien los médicos le habían dicho que perdería la visión del ojo derecho, debido a una herida provocada cuando chocó contra una ventana. De acuerdo con Celia Cussen, un padre dominico le envió una reliquia de San Martín de Porres y le pidió se encomendara a él. Su ojo sanó al día siguiente. Una veintena de testigos dieron por verdadero el hecho.

El segundo milagro, comprobado por al menos cinco personas, fue el del niño Melchor Varanda. El pequeño cayó del techo de su casa en Lima y se rompió el cráneo. Los médicos lo daban por desahuciado, pero su madre se encomendó al santo peruano. Al día siguiente, como ocurrió en el caso anterior, el pequeño se levantó como si nada hubiera pasado.

Para su canonización, la Sagrada Congregación de Ritos también aceptó dos casos. El primero de ellos ocurrió en 1948 en Paraguay: a una anciana de 89 años le dieron pocas horas de vida luego de sufrir un infarto. Su hija, que estaba en Buenos Aires, rezaba a Martín de Porres por la salud su madre. La familia inició los arreglos de su funeral, pero al día siguiente despertó milagrosamente sana.

Finalmente, en Tenerife, en 1956, un niño de nombre Antonio Cabrera Pérez estaba a punto de perder su pierna izquierda debido a una gangrena. Un amigo de la familia entregó una reliquia y una imagen de Martín de Porres a la madre. Ella pasó ambos objetos por encima de la pierna del menor y rezó para que no la perdiera. Al cabo de dos días, esta volvió a su estado natural.